Puerto Rico, la isla más alegre del Caribe

Puerto Rico, la isla más alegre del Caribe
NOTICIA de Javi Navarro
14.03.2009 - 18:40h    Actualizado 21.02.2023 - 15:22h

Cuando Cristóbal Colón llegó a Puerto Rico en 1493 escribió en su cuaderno de bitácora: “Todas las islas son muy hermosas… pero esta última parece superar a todas las otras en belleza”. Y bien parece que su atractiva belleza y su posición estratégica en el Caribe, más que su escasa riqueza en oro, hayan sido envidiadas a lo largo de los siglos. Ni viejos lobos marinos como sir Francis Drake o el capitán John Hawkins y sus corsarios, ni las armadas británica, holandesa y francesa, lograron doblegar este pedazo de tierra, a pesar de que lo intentaron repetidamente.


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Qué ver y hacer en Puerto Rico

Puerto Rico es más que el sempiterno Caribe de sol, playas de blanca arena y cielo azul. Es entretenimiento y vida nocturna, entrañables pueblos interiores y naturaleza, cultura e historia combinadas en un país cosmopolita y dinámico. Extensas playas de palmeras, abruptas cadenas montañosas, zonas semi-desérticas, tradiciones y ciudades coloniales, pueblos con encanto, naturaleza protegida, lujosos hoteles… Ciudades coloniales como el Viejo San Juan o Ponce, vegetación exuberante como El Yunque, curiosidades naturales como las bahías luminiscentes, ciudades cosmopolitas como San Juan, playas de arena blanca y palmeras como la Playa de Luquillo… Nunca en un espacio tan pequeño se han acumulado tantas bellezas.

Puerto Rico presume de ser la isla más alegre del Caribe, el país de los estímulos, paraíso de ron, café y bailes hasta la madrugada… Tan sublime como los dioses protectores que vigilan sus playas, tan salvaje como su bosque tropical.

La visita a Puerto Rico suele, y debe, comenzar por el viejo San Juan, la parte más antigua de su capital. Los pasos resuenan de un modo especial sobre las brillantes calles de la ciudad. Hay una explicación física: los adoquines que las forman son de mineral de hierro y eran usados como lastre en los galeones españoles. Por eso tienen una atractiva tonalidad azulada, por eso son tan resbaladizos cuando la lluvia ha caído sobre ellos. Pero es mucho mejor la explicación sentimental: el ruido de lo pasos rebota en las paredes de las casas coloniales evocando los mismos sonidos que se han repetido en este lugar desde hace más de quinientos años.

En pocos lugares de América es posible disfrutar de la sensación de que el tiempo se ha detenido como aquí. Sólo algunas zonas del centro de La Habana, o la Plaza Mayor de Cuzco, en Perú, o tal vez algunos rincones de Cartagena de India, compiten con el Viejo San Juan en esas emociones. Las dos fortalezas, San Cristóbal y El Morro, que defendieron la ciudad contra corsarios y piratas, parecen haberla preservado también del paso de los siglos.

Pasando por cualquiera de las callejas de San Juan, como la del Hospital o la de las Monjas, contemplando las fachadas de distintos tonos pastel que forman una rara armonía, disfrutando de los enrevesados trabajos en forja de algunas de sus rejas o apreciando sus balconcillos de madera, se sienten las mismas cosas que debieron experimentar los contemporáneos de Juan Ponce de León cuando fundaron esta ciudad.

El casco antiguo es una verdadera joya de la arquitectura colonial. Declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad, ha sido completamente restaurado y conserva buena parte de la arquitectura de los siglos XVI y XVII. Una de las más destacables muestras de estos restos es el castillo de El Morro, construido por los españoles para proteger el puerto de las invasiones piratas y que hoy constituye un espléndido mirador desde el que contemplar la ciudad y el mar. Su gemelo, el Castillo de San Cristóbal, se construyó tras caer el casi inexpugnable Morro en manos británicas en el siglo XVI.

La Fortaleza, construida en 1540 para defender la ciudad de los frecuentes ataques de los indios caribes de otras islas, es hoy la residencia oficial del gobernador de Puerto Rico y el edificio más antiguo de uso público del Nuevo Mundo.

Recorriendo la isla

La más oriental y pequeña de las Grandes Antillas se puede recorrer con facilidad, y el viaje merece la pena. Con 177 kms. de longitud y 56,3 de ancho, es posible desayunar en Fajardo, encaminarse luego hacia el Este en una corta travesía en barco hacia encantadoras islas como Vieques y Culebra, y terminar el día con una suculenta cena con langosta en Rincón mientras el sol se sumerge en el agua azul negruzca. No sin antes haber explorado la costa Sur, y habiéndose detenido a observar la fantástica estación de bomberos en Ponce o la encantadora capilla colonial en San Germán.

En la isla se puede encontrar en una corta distancia lo mejor de ambos mundos, el natural y el urbano se emocionan del mismo modo; y aunque la vida de la ciudad es lo bastante frenética para olvidar las aguas azules y la arena caliente que nos rodean, viajar unos cuantos kilómetros hacia el interior o hacia la costa puede hacer olvidar que se está rodeado de desarrollo y urbanización.

A lo largo de sus cientos de playas desparramadas en 414 kilómetros de costa, se puede practicar todo tipo de deportes acuáticos y gozar de sus limpias arenas y cálidas aguas. Entre las más populares están las de Luquillo y Vega Baja, en las cercanías de San Juan.

Pero si se quiere algo más exclusivo, nada como acercarse a la isla de Vieques, al este de Puerto Rico, donde están las bahías Bioluminisciente y Mosquito (menos visitada, aunque igual de fascinante), y se produce uno de los espectáculos más singulares del mundo. Gracias a los microorganismos que habitan en sus aguas, tras la puesta de sol, las aguas se iluminan y brillan con una azulada fosforescencia más propia de relato de ciencia ficción que de una isla caribeña. Son los dinoflagelados que desprenden energía cuando se agitan. Basta con pasar la mano sobre el agua para que el mar se vuelva fluorescente, de un intenso azul eléctrico.

Por lo demás, la paz y tranquilidad que se respiran en este islote son perfectas para descansar, tomar el sol en sus playas o bucear entre sus coloridos arrecifes llenos de vistosos peces y criaturas marinas que de vez en cuando se cuelan por los orificios de los viejos galeones hundidos.

Isla de Culebra no tiene nada que envidiar a la anterior. Es un verdadero paraíso para los amantes de los deportes marinos, sobre todo los subacuáticos gracias a sus arrecifes de coral, de los mejores del Caribe, y sus playas de arena fina y aguas cristalinas, donde además de broncearse pueden verse varias especies de aves y tortugas marinas.

En el interior

La sierra de Luquillo, muy cerca de la capital, alberga una de las maravillas naturales de Puerto Rico y de todo el Caribe, conocido como El Yunque. En ningún otro lugar de la isla podía, según los taínos, habitar el dios de la felicidad. Su exuberante vegetación, dominada por los helechos, que abrazan a pequeñas y espectaculares cascadas, alberga una amplia variedad biológica. El parque puede recorrerse a través de los senderos que lo cruzan.

En el otro extremo de la isla se encuentra Ponce, la segunda ciudad en importancia recientemente restaurada, es un verdadero tesoro arquitectónico en el que se mezclan estilos y épocas. Su casco antiguo, del siglo XVII, es una amalgama de iglesias, casas coloniales, plazas y pintorescas fuentes. La catedral de Guadalupe proyecta su sombra sobre la Plaza de las Delicias, auténtico centro de esta ciudad de la costa sur que alberga el muy interesante Museo de Arte. Callejeando, se descubren pequeños conventos, casas de bellos balcones enrejados o deliciosos coches de los años cincuenta bajo el cálido sol caribeño.

La pintoresca Villa de San Germán, al suroeste de la isla, conserva gran parte de la arquitectura y el encanto de las ciudades coloniales españolas. Resultan especialmente interesantes las elegantes mansiones de la ciudad y la iglesia de Porta Coeli.

En cualquiera de estas ciudades, como ocurre en el Viejo San Juan, es posible encontrar calles como la de San Sebastián, en la capital, donde los pequeños locales de comidas se suceden en una amalgama de estilos que reflejan tanto la creatividad de sus dueños como las distintas influencias que convergen en la isla.

Gastronomía

Como tantos aspectos de la vida puertorriqueña, la gastronomía se caracteriza por el mestizaje; por la mezcla de costumbres y sabores. Su gastronomía, está basada en el arroz, el pescado, los frijoles y los plátanos. Se han conservado las costumbres taínas de los primeros pobladores de estas tierras y la cocina puertorriqueña sigue recurriendo a productos como la yuca, el maíz o la batata. La influencia de la cocina española, también llamada criolla, está también muy patente. De ella proviene el extendido uso de ingredientes como la cebolla, el ajo o los garbanzos. La población africana también condicionó los hábitos alimenticios de la isla. El resultado después de los años es una cocina con unas características muy particulares.

Algunos de los platos más típicos son el mofongo (cocinado con carne, plátanos verdes fritos y ajo), los tostones de plátano frito, las arañitas (también hechos a base de plátano), las empanadillas de carne o marisco o el asopao (sopa hecha generalmente con pollo). Entre los postres más característicos se encuentran el tembleque (hecho de coco y leche), el arroz con dulce, el dulce de papaya y el flan.



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